Debemos partir de la base de que los procesos existen en las organizaciones, independientemente de si están o no formalizados; de si son simples o complejos; o de si son prescriptivos o empíricos. Al buscar una solución a un problema de negocio, por supuesto que debe seguirse un proceso que va transformando una entrada en salidas, mediante una serie de operaciones de negocio que tienen sentido y que se relacionan entre sí para lograr un objetivo.
Para conseguir solucionar estos problemas de negocio, los procesos necesitan una serie de herramientas de distintos tipos. Sin embargo, por más procesos que tengamos adecuadamente definidos y por más idóneas que sean las herramientas que habilitan la ejecución de los procesos, sin personas con conocimiento técnico y actitud adecuada, sin las interacciones oportunas y efectivas, no se producen resultados valiosos.
El espíritu de este valor está soportado en que los procesos y las herramientas deben ser una ayuda y un soporte para guiar y ejecutar el trabajo. Los procesos y las herramientas deben adaptarse a la organización, a los equipos y a las personas, y no al revés.
En el marco específico de Scrum, podemos identificar un sinnúmero de situaciones y comportamientos que se relacionan con este valor. Pero, principalmente, la importancia de las personas y de las interacciones se evidencia en los siguientes escenarios:
Podríamos buscar y encontrar muchos más ejemplos para argumentar por qué valoramos más a los individuos y a las interacciones por encima de los procesos y de las herramientas, pero la única manera de comprobarlo y ver su utilidad es mediante nuestra propia experiencia. Así que no olvidemos que, si no valoramos lo suficiente a las personas y sus interacciones, los procesos y las herramientas difícilmente nos podrán llevar por sí mismas a la consecución de objetivos y a conseguir resultados de valor.
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